Mes de María, día 13




Santo Rosario


Por la señal... 

Señor mío Jesucristo…


Oración inicial: ¡Oh María!, durante el bello mes que te está consagrado todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras fiestas y escuchas nuestras oraciones y votos.
Para honrarte hemos esparcido frescas flores a tus pies y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no te das por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Éstas son las que Tú esperas de tus hijos, porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden depositar a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a tu gloria, ¡oh Virgen Santa!, en conservar nuestras almas puras y sin manchas, y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aún la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a tus ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia cuya madre eres, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal.
En este mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio llegaremos a ser puros humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María!, has producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes. Que ellas broten, florezcan y den al fin fruto de gracia, para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres.
Amén


MISTERIOS DOLOROSOS

  1. La Oración de Jesús en el Huerto
“La escena de Getsemaní nos conforta y anima a realizar un esfuerzo voluntario de aceptación. La aceptación incondicional del sufrimiento, cuando es Dios quien lo quiere o permite: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Palabras que desgarran y curan, porque enseñan a qué grado de fervor puede y debe llegar el cristiano que sufre, unido a Cristo que sufre. Ellas nos dan, como en última pincelada, la certeza de méritos inefables, el merecimiento de la vida divina para nosotros, vida palpitante hoy en nosotros por la gracia, mañana en la gloria.”
“Participar en el dolor del prójimo, padecer con quien padece, llorar con quien llora” es un beneficio, un mérito para toda la Iglesia. La “comunión de los santos” es este tener en común, todos y cada uno, la Sangre de Cristo, el amor de los santos y de los buenos, y, también, Dios mío, nuestros pecados, nuestras debilidades. ¿Se piensa lo suficiente en esta “comunión”, que es unión, y, como diría Jesucristo, casi unidad, “que sean uno”? La cruz del Señor no sólo nos eleva a nosotros, sino que atrae a las almas. Siempre. “Y yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí”.  (San Juan XXIII)


2. La flagelación de Jesús atado a la columna.

“De aquí se desprende una valiosa enseñanza para todos. No estaremos llamados al martirio sangriento; pero a la disciplina constante y a la diaria mortificación de las pasiones, sí. Por este medio, verdadero “vía crucis” de cada día, inevitable, indispensable, que en ocasiones puede incluso llegar a ser heroico en sus exigencias, se llega paso a paso a una semejanza cada vez más estrecha con Jesucristo, a la participación en sus méritos, a la ablución por su sangre inmaculada de todo pecado en nosotros y en los demás. No se llega a esto por fáciles exaltaciones, fanatismo, ojalá inocente, jamás inofensivo.
   La Madre, dolorida, lo vio así de flagelado. Pensemos con qué  amargura. Cuántas madres querrían poder gozar del éxito en la perfección de sus hijos, dispuestos, iniciados por ellas en la disciplina de una buena educación, en una vida sana, y en cambio tienen que llorar la pérdida de tantas esperanza, el dolor de que tantos afanes se hayan perdido.”   (San Juan XXIII)


3. La coronación de espinas

“Es el misterio cuya contemplación se ajusta mejor a aquellos que llevan el peso de graves responsabilidades en el cuidado de las almas y en la dirección del cuerpo social; por tanto, el misterio de los Papas, se los Obispos, de los Párrocos; el misterio de los gobernantes, de los legisladores, de los magistrados. También sobre su cabeza hay una corona en la cual está, sí, una aureola de dignidad y de distinción, pero que por ello mismo pesa y punza, procura espinas y disgustos. Donde está la autoridad no puede faltar la cruz, a veces de la incomprensión, la del desprecio, o la de la indiferencia y la de la soledad. ”
(San Juan XXIII)


4. Nuestro Señor con la cruz a cuestas camino del Calvario

Contemplando a Jesucristo que sube al Calvario, aprendemos, antes con el corazón que con la mente, a abrazarnos y besar la cruz, a llevarla con generosidad, con alegría, según las palabras del Kempis: “En la cruz está la salvación, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en ella la infusión de una suavidad soberana”.   ¿Y cómo no extender nuestra oración a María, la Madre dolorosa que siguió a Jesús, con un espíritu de total participación en sus méritos, en sus dolores?
(San Juan XXIII)


5. La crucifixión y muerte del Señor

“Vida y muerte representan los dos puntos preciosos y orientadores del sacrificio de Cristo: desde la sonrisa de Belén que quiere abrirse a todos los hijos de los hombres en su primera aparición en la tierra, hasta el suspiro final que recoge todos los dolores para santificarnos, todos los pecados para borrarlos. Y María está junto a la cruz, como estaba junto al Niño de Belén.
Recemos a esta piadosa Madre a fin de que Ella misma ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
Aquí está iluminado también el gran misterio de los pecadores obstinados, de los incrédulos, de aquellos que no recibieron ni recibirán la luz del Evangelio, que no sabrán darse cuenta de la sangre vertida por ellos también, por el Hijo de Dios.”
(San Juan XXIII)


Oración final: ¡Oh María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena madre! Nosotros venimos a ofrecerte con estos obsequios que colocamos a tus pies, nuestros corazones deseosos de agradecerte y solicitar de tu bondad un nuevo ardor en tu santo servicio.
Dígnate presentarnos a tu Divino Hijo que, en vista de sus méritos y a nombre su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud, que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambien tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará en su corazón y el tuyo.
Que convierta a los enemigos de tu Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de tu ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir.  Amén


"Sub Tuum Praesidium" 

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!.


“Sancte Michael Archangele”

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.




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