Rezar por los sacerdotes y seminaristas


Campaña desarrollada por Un Rosario por Chile



La responsabilidad de rezar y velar 
por las vocaciones y los sacerdotes.


Por los peligros a los que se ven expuestos quienes perciben la llamada al sacerdocio o la vida religiosa.
Es un deber de la familia, las comunidades y fieles que son conscientes de su responsabilidad y gozo de rezar, pedir insistentemente por los peligros que enfrentan los jóvenes y adultos que son llamados a la vida sacerdotal.

Orar y velar para que una vocación rece, y lo haga con constancia, orden y abnegación:
Dice el Papa Francisco:  “La plegaria de un consagrado, de una consagrada, es regresar al Señor que me ha invitado a estar cerca de Él. Regresar a Aquel que me miró a los ojos y me dijo: ‘Ven. Deja todo y ven’”.
“La plegaria es lo que me hace trabajar para el Señor, no para mis intereses o para la institución en la que trabajo, no: Para el Señor”.

Valorar el don de la pobreza y estar atentos cuando se vean signos de vanidad, arrogancia y falta de templanza.
Sin pobreza dice el Papa Francisco “no hay fecundidad en la vida consagrada. Y ese ‘muro’, te defiende. Te protege del espíritu de la mundanidad, por supuesto. Sabemos que el diablo entra por los bolsillos. Todos lo sabemos. Y las pequeñas tentaciones contra la pobreza son heridas a la pertenencia al cuerpo de la vida consagrada”.

La necesidad de la paciencia. Un temperamento displicente, indiferente y agresivo es signo de una distancia interior al valor de la cruz, y la paciencia ante la adversidad o las miserias de los más frágiles y débiles.
 Dijo el Santo Padre: “Sin paciencia, es decir, sin la capacidad de padecer, una vida consagrada no puede sostenerse a sí misma, estará a medio hacer”, advirtió el Pontífice. “Sin paciencia, por ejemplo, se entienden las guerras internas de una congregación. Porque no han tenido la paciencia de soportarse el uno al otro, y gana la parte más fuerte, no siempre la mejor; e incluso la que pierde tampoco es la mejor, porque es impaciente”.

Alejarse de la mundanidad espiritual, en la que muchas veces se cumple con las responsabilidades externas , pero el corazón esta aferrado al propio yo, sus intereses o el desenfreno oculto de sus pasiones. Se aprende a ser calculador. Se ordena y orienta todo al propio proyecto y se abandona el darlo todo y dejarlo todo por el Señor.
Dijo el Papa Francisco que   la mundanidad espiritual es resignación, adaptación, disolución en el mundo; es rendirse a los hechos y acostumbrarse al mal que corroe la historia, las conductas, los modos de relacionarse y el afán comunitario. 
 La mundanidad  nos “lleva a la doble vida”, nos aleja de la vida coherente —refirmó el Santo Padre— nos hace incoherentes”, uno “finge ser así” pero vive “de otra manera, aunque sea en el interior”.  Y la mundanidad —añadió— “es difícil conocerla desde el inicio porque es como la carcoma que lentamente destruye, degrada la tela y después esa tela se vuelve inservible” y el hombre que “se deja llevar adelante por la mundanidad, pierde su identidad cristiana”.

 El enfermizo afán de poder y de gloria, que como dice el Papa Francisco,  constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente. Y entonces se discute sobre quién brilló más, quién fue más puro en el pasado, quién tiene más derecho a tener privilegios que los otros.
Y así negamos nuestra historia, «que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 96).

Benedicto XVI enseñaba que «Jesús condena firmemente la vanagloria»: actuar para ser admirado por los demás, como enseña el pasaje evangélico citado, «nos sitúa a merced de la aprobación humana, lo que rompe los valores que fundan la autenticidad de la persona». El Señor Jesús, por el contrario, «se presentó al mundo como un siervo, despojándose totalmente de sí mismo y rebajándose hasta ofrecer en la cruz la más elocuente lección de humildad y de amor. De su ejemplo surge una propuesta de vida: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23, 11)». (Octubre 2011)
Y la vanagloria lleva a la superficialidad que  es ese hábito de quedarse en el fenómeno, en lo que brilla o reluce, dirían los griegos, tan típico de la cultura moderna, carente de interioridad, donde se percibe sólo lo aparente, no nutriéndose de la realidad, sino de su cáscara. Amigo de trabajos fáciles, vistosos, que no exigen demasiada labor, resulta casi imposible de convencer de este defecto suyo: de que es superficial.

El peligro del desorden de la afectividad, y la necesidad del celibato que es una actitud de afectividad permanente, que Jesucristo me concede, porque se me revela, se me da con tal atractivo, que me doy cuenta de que para vivir "no necesito nada más". No se buscan las cosas o las personas como medios para unirse a Cristo, sino al revés, se busca a Cristo para que en Él y por Él se sirva a las personas. Cristo llena todos los niveles de la afectividad. El célibe ve a Cristo por todas partes, está gozosa y profundamente adherido de Él y Cristo le basta.

 Un peligro que como pandemia se va transmitiendo y destruyendo el brote y la estabilidad de las vocaciones son las frecuentes confusiones y desviaciones teológicas con daños que pueden llegar a ser muy graves. El error generalizado en la predicación tiende a producir en el pueblo cristiano deformaciones mentales y de conciencia más o menos graves.  Un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a la puertas de la auténtica fe católica»


Estas son las 7 tentaciones que un sacerdote, religioso, novicio y seminarista deben vencer, según el Papa Francisco:

1-La tentación de dejarse arrastrar y no guiar.
2-La tentación de quejarse continuamente.
3-La tentación de la murmuración y de la envidia.
4-La tentación de compararse con los demás.
5-La tentación del “faraonismo”, es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás.
6-La tentación del individualismo.
7-La tentación del caminar sin rumbo y sin meta.

El Santo Padre afirmó que el consagrado “no puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo”. El consagrado, explicó, “es aquel que con la unción del Espíritu transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa”.
“El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, se deja dominar por la envidia”, advirtió. “La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo”.
También indicó que “compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento; compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza”. Además, subrayó la importancia de la identidad, porque “el consagrado, si no tiene una clara y sólida identidad, camina sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersa”.


El Papa Emérito Benedicto XVI aconsejaba  (Fátima, 2010):  “Cuánto bien os hace esa acogida mutua en vuestras casas, con la paz de Cristo en vuestros corazones. Qué importante es que os ayudéis mutuamente con la oración, con consejos útiles y con el discernimiento. Estad particularmente atentos a las situaciones que debilitan de alguna manera los ideales sacerdotales o la dedicación a actividades que no concuerdan del todo con lo que es propio de un ministro de Jesucristo. Por lo tanto, asumid como una necesidad actual, junto al calor de la fraternidad, la actitud firme de un hermano que ayuda a otro hermano a “permanecer en pie”.


Por estas y muchas razones, es nuestro deber de rezar y velar por las vocaciones de nuestras familias y comunidades, por nuestros seminaristas, novicias, sacerdotes y religiosos.

 Es nuestro deber, es nuestra responsabilidad y necesidad de rezar en familia por los sacerdotes, seminaristas y consagrados...



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